-Hola abuelo! Ya llegué! Santiago entró corriendo y eufórico a la humilde tapicería del pequeño pueblo.
-Acá estoy! Respondió Antonio, incorporándose lentamente, con la mano en la cintura, detrás de un viejo sillón que tenía que reparar.
Resplandecía la cara del muchacho, rodaban en su rostro lágrimas de alegría; abrazando a su abuelo las palabras sobraban. Era obvio que había ganado la beca, dentro de un mes se iría a Inglaterra.
-Ya ves abuelo! No era aquella nuestra única salida, exclamaba Santiago, aliviado y señalando en lo alto de una repisa un amenazante y enorme frasco todo pintado de negro que en su amarillenta etiqueta rezaba, Peligro, Tóxico, No tocar, Veneno.
Cuando Santiago perdió a sus padres en el accidente, Antonio se hizo cargo del pequeño.
Hombre ya mayor, trabajaba horas extras para darle un futuro a su nieto y siempre le decía que cuando ya no quedaran esperanzas el frasco negro de la repisa sería su último consejero.
Santiago se esforzó mucho estudiando, él también quería sacar adelante a su abuelo.
La beca era de una de las mejores universidades de Inglaterra, incluía, además de residencia y materiales de estudio, una comida al día. Ahora solo necesitaba conseguir lo necesario para los trámites, el viaje, algo de ropa y después alguna despedida con sus amigos.
Pero no estaba preocupado, los que lo echaron al viejo por estar en la tercera edad, le debían unas cuantas monedas y se las pagarían en cualquier momento.
Así era, Antonio estaba pronto a cobrar la indemnización por no ser económicamente viable en la empresa de seguridad.
Y finalmente llegó la compensación deseada y merecida.
Pero lamentablemente, no eran ellos dos los únicos que lo sabían.
Los ladrones se ensañaron con el viejo. Santiago suplicaba que les diera el dinero, mientras ellos revolvían cajones, armarios, rompiendo sillones hasta que el viejo, para no ver sufrir más a Santiago, les entregó lo que pidieron y con el objetivo logrado los ladrones se fueron con el dinero.
Antonio ya no tenía fuerzas, entre el revuelo de policías y paramédicos se despidió de Santiago señalándole el frasco de veneno con una sonrisa atravesada por el dolor.
Cuando retiraron el cuerpo ya sin vida, Santiago se quedó solo entre el desorden, la impotencia y los sueños muertos.
-Maldita parca, no te llevaste solo a mi abuelo! Gritó.
Cegado por el enojo, bajó el enorme y pesado recipiente de veneno.
Acongojado y decidido, lo apretó contra el pecho.
Desenroscó la ancha tapa y se desbordó sin consuelo. Dentro del frasco, apretujados, había varios rollitos de dólares…
Por: Shivani Rodríguez