Como un detective escruto y reflexiono para descubrir las tramas escondidas de lo que hay adentro de las personas. Dirijo mi atención a sus semblantes, a lo sones escondidos en el tono de su voz, a sus entonaciones y a sus respuestas ante mis estímulos.
Escucho erizando mi atención lo que dicen, en frases veloces de gran significado; cada detalle es importante para llegar al sino de los otros. Están los silencios y las pausas, y las pautas de significación redundantes.
Cada uno es un caso aparte, pero albergan en sí insignes coincidencias y afinidades curiosas, y, siendo únicos en cada caso, es preciso explorarlos de nuevo en cada encuentro, aunque presintamos tibiamente lo que podemos esperar de cada uno.
Las personas se expresan, y nos cuentan al acaso lo que les pasa, lo que están haciendo y sintiendo. Replican sobre lo que nosotros decimos, se ponen serias y ríen. Anuencias, advertencias, aliento y coincidencias inéditas se dan durante el pasar del día en compañía.
Vislumbramos lo que hay en cada uno y damos un paso más cada día, revelándonos con todo cuidado, a veces de manera arriesgada, indómita y francamente interesada en comunicarnos como seres vivos.
Los demás también nos buscan y se revelan, en un espectro de colores que son particulares a cada uno. Ver y dejarse ver, todo esto amorosamente para que a ninguno le estalle la cabeza ni quede expuesto, al descubierto, en misteriosos e intimidantes parajes.
Con tino y pasión contenida me comunico y así sé de los demás y puedo servirles en bandeja aquello que de mi ser conviene a ellos. Para eso hay que hacer el esfuerzo de escuchar activamente estando a disposición de los hablantes.
Por: Alberto Félix Suertegaray