En un pequeño pueblo de la Patagonia, se celebraba una antigua ceremonia para pedir buenas cosechas y protección. Consistía en ofrecer a la Madre Tierra una cesta de alimentos, colocada en un altar en el centro del poblado: en ella se mezclaban cereales, frutas, verduras y algo de carne, lo más apreciado por los lugareños.
La ceremonia, que duraba varios días, era oficiada por el chamán de la zona, que era un hombre sabio y respetado, con la capacidad –según se decía- de comunicarse con el más allá.
Una noche, Esteban se acercó al altar para contemplar la ofrenda. Era un joven curioso e inquieto, y siempre estaba buscando respuestas a los misterios de la vida.
Miró la cesta y sintió una extraña sensación; parecía estar viva. Los alimentos se movían y brillaban con una luz tenue. Se acercó más y extendió la mano para tocarla. En ese momento, la canasta se abrió y una sombra salió de ella. Era alta y delgada, piel morena y ojos negros; llevaba una túnica oscura y un sombrero que apenas permitía verle los rasgos.
Esteban se asustó y retrocedió. La sombra lo miró con una sonrisa malvada.
-¿Quién eres? -preguntó el adolescente.
-Soy el espíritu de la ofrenda -respondió la sombra.
-¿Qué quieres? -dijo Esteban.
-Quiero tu alma –rugió una voz áspera.
Esteban se asustó aún más. Intentó correr, pero la sombra le bloqueó el camino.
-No te escaparás -dijo.
Se acercó al joven y le tocó la mano. Sintió un dolor agudo y se desmayó.
Cuando despertó a la madrugada, estaba solo en su cama transpirando y agitado. Fue corriendo hasta el altar y lo encontró vacío. No sabía si lo sucedido había sido real o una pesadilla. Pero algo le quedó claro: la ofrenda era peligrosa y el único que lo sabía era él.
Reaccionó rápidamente y decidió hablar con el chamán, que le dijo que la ofrenda era un portal a otro mundo, un mundo de oscuridad y peligro.
Y le aseguró que, dado que él era el que se había contactado con un ser de ese inframundo, debería encargarse de destruir la cesta para cerrar el portal y que el ser no pudiera volver a escapar.
Esteban supo enseguida que no sería una tarea fácil, pero estaba decidido a salvar su pueblo. En primer lugar, había que encontrar la ofrenda. El chamán lo orientó hacia el cementerio, ya que –le dijo- la sombra solía aparecer de tanto en tanto buscando alguna víctima.
La noche siguiente, el joven se acercó al camposanto, encontró la canasta, buscó varias piedras pesadas y la destruyó. Los alimentos se esparcieron deshechos por el suelo, y en ese momento se oyó un grito desgarrador al mismo tiempo que la sombra se elevaba llevando algo sobre sus hombros, esfumándose en la oscuridad.
Al día siguiente, el comentario de los lugareños giraba en torno a la desaparición de la ofrenda, pero no se atrevieron a averiguar, así como tampoco investigaron acerca del paradero de Esteban, a quien nunca más se vio en la pequeña localidad patagónica…
Por: Amelia Indart