Suena un violín en lo interno del bosque y en el camino voy, príncipe entre los príncipes. No es que quiera conocer al violinista ignoto, sino el hecho de no perderme una sola nota de esa insigne melodía es lo que me lleva más allá de todo lo que existe.
Escucho y se descubre en mí un denso revuelo de emociones tenues, nuevos pareceres y sentidos para los acostumbrados extravíos. Camino, siento y palpo, en mi ser hay imágenes nuevas que en un rapto de la melodía traen a mi conciencia las dulcísimas notas.
Parece que la música viene desde los cuatro puntos cardinales y que llueve entre las ramas de los árboles, abriéndole el camino al alma mía. Ensueños de una tarde al aire libre, mi espíritu se tiñe de pasiones leves y al son del violín, con mi ser en las manos, lo acaricio y veo que resucita.
Tiene comienzo entonces una vida nueva, mis desgarros se alivian y desaparecen en la armonía del viento, del violín y de los árboles. Surgen ansias de estar en compañía para compartir este momento mágico, sin hablar, yo y otro, testigos de este viaje de encanto y de poesía.
Volveré renovado a mi castillo, y llevaré conmigo esta música en mis entrañas, sabiendo que, en estos momentos, me encuentro cerca, muy cerca de los Cielos. Cuando llegue a casa tenderé mi mano, y con ella liberaré milagros para los desdichados de este mundo.
Amén, aleluya, amen…
Por: Alberto Félix Suertegaray