Fuiste testigo de la guerra, acostumbrado a ver sólo el Valle de la Muerte. Observabas el camino sembrado de municiones que se esparcían bajo un cielo gris. Horrorizado, hasta a veces soñabas con el rostro ensangrentado de un soldado.
Un día, ya lejos del espanto, comenzaste a tomar azarosamente fotos entre una densa niebla en la que apenas se veía la silueta de una mujer. Desde entonces experimentaste nuevos proyectos de imágenes.
Descubriste el retrato perfecto de una bella joven con el cuerpo esculpido, y haciendo tu mejor producción plasmaste en imagen todo lo que te había enamorado súbitamente de ella. Ahí estabas contemplando el brillo azulado de las nubes, mientras observabas el rostro abstraído de esa modelo que te cautivó el corazón.
Saboreabas intensamente cada segundo en las tomas o quizás escribías una declaración de amor en cada una de ellas. Hasta que un súbito escalofrio recorrió tu cuerpo, hizo que te pusieras en movimiento, dando unos pasos hasta acercarte a ella.
En todo momento pensabas en su sonrisa, en sus poses seductoras, hasta imaginarte poder pintar esas fotos del color de tu corazón. Hasta que un día quisiste recordar esa historia de amor y fue difícil: las imágenes habían estallado en mil pedazos.
¡El guión de la película ficcionada había desaparecido! Como si no tuvieran piedad, vuelven nuevamente los fantasmas con los recuerdos a los caídos que fotografiaste como una roca perpetua, quedando en soledad atrapado en una nieve gélida.
Y entonces eras el único espectador…
Por: Marta Gaviña
