En la morgue nos dijeron que Adrián había muerto de inanición e hipotermia.
La historia me la contó un poco antes su hermana Marta, cuando por entonces desde mi trabajo de Inspector Municipal, yo, al principio, no distinguí bien entre un montón de trapos sucios y cartones a Adrián, abrigándose sobre el andén del ferrocarril de nuestra ciudad.
Adrián, me contaba Marta, “fue al colegio como yo, pero nunca tuvimos la posibilidad de entrar en la Universidad; nuestros padres se mudaron a otra ciudad en cuanto tuvieron la oportunidad de encontrar un mejor trabajo. Pero nosotros nos quedamos con una tía en Buenos Aires y mientras yo trabajaba lo ayudaba a él a terminar con sus estudios”.
Siempre tuvo afición por la botánica, me decía Marta, “tenía excelentes notas en Biología y de vez en cuando hacia experimentos de injertos en el jardín de la tía, o provocando la germinación de alguna planta”.
Al terminar sus estudios, continuaba contándome Marta, “rápidamente se independizó de mí, y aunque no acudió a la Universidad, su habilidad con las plantas le dio méritos para entrar de cuidador en el famoso Jardín Botánico de nuestra ciudad”.
El hecho es que Adrián, según pude ver yo, era una persona de mediana edad, tal vez de unos cuarenta años. Debe haber pasado algo muy grave para terminar de esa manera, pensaba, mientras interrogaba a Marta unos días después.
Ella me contó, cómo, después de un tiempo, ya establecido en su trabajo y de novio también, terminó por casarse y tuvo dos hijos varones. Iba todo bien, su mujer cuidaba de los niños de tres y siete años, aunque en el último tiempo, a raíz de la creciente ola de despidos en el sector público, se lo veía preocupado y hondamente desilusionado; Adrián creía saber por adelantado cual sería su suerte en los próximos días. Al fin, perdió el empleo, tal como lo pronosticara.
Entonces, contaba Marta, “su esposa empezó a sentir desprecio por él y le decía que al verse necesitada económicamente, lo dejaría por el primer fulano de mejor posición que encontrara para solventar a sus hijos y a ella”.
Y ya al final de sus días en la Capital, seguía relatándome Marta, “Adrián se refugiaba mucho más en sus plantas, sintiéndose cada vez más incapaz de restablecer su responsabilidad para el cuidado de sus hijos”.
Marta me dijo que nunca supo cómo fue su partida, y cómo, supuestamente, salió de su casa sin llevar ninguna pertenencia.
Solo yo pude saber, tres días después de haberlo visto por primera vez, y en el momento de su muerte, sobre una maceta de unos Pensamientos que estaban junto a él con una leyenda que decía: “Conservar en un lugar frío y seco”.
Por: Adolfo N. Scatena