Me calmo y me relajo. Dejo la vida fluir, entretenido
porque sé que Dios está en el control.
Aquieto mi mente y expulso el temor y la duda.
Camino en paz. Tropiezo y me levanto.
Soy libre e inocente en la gracia.
El pasado queda atrás y estoy listo para amar.
Un amor honesto y generoso impregna mi ser.
Un amor humilde y manso que no pretende poseer sino dar.
No busco llamar la atención
pero estoy atento a las necesidades de los demás
para acompañar y ayudar, puntual, solidario y servidor.
Sirvo con alegría y gozo. No pretendo recompensa,
solo empatía y comunión.
Descanso en una conciencia que no me acusa, hecho fuera la culpa y hago un uso responsable de mi libertad.
Mi existir es creativo y mi bondad se traduce, a veces, en actos originales e inesperados
Me las arreglo con mis defectos y deficiencias, sabiendo que tengo que poner lo mejor de mi y dejando que Dios complete el resto.
Colaboro con mi prójimo en todo lo que sea de buena fe.
Desisto de las tentaciones y, cuando caigo,
extiendo mis manos hacia Dios, me disculpo y reparo el daño, en lo posible.
Lo primero es reconocer la falta, abandonar la actitud
y volver a confiar en el amor.
Este o aquel me molesta. No tomo represalias
y no dejo surgir el rechazo.
Simplemente oro por él.
Soy conciente de que a veces fallo yo también
y aprovecho para pedir perdón por todos.
¡Señor, ten misericordia de nosotros, líbranos de todo mal, no nos dejes caer en tentación y que en nosotros viva el amor!
Por: Alberto Félix Suertegaray