«Parar el mundo»

Si el mundo parara por un rato, ya no habría necesidad de arreglarlo, todos estarían en su lugar. Yo me tomaría un tiempo para descansar y me iría a jugar a mi baldío.

Con el inmenso mundo parado, en ese baldío subiría por las cuestas empinadas del abismo, combatiría a los piratas y construiría pequeñas casas para pasar las noches con mis amigos. Organizaría, limpiados ya los yuyos, campeonatos interbarriales de fútbol y miraría a los ojos a los ausentes.

Con el mundo detenido tomaría un baño en el canal, si fuera verano o cazaría cangrejos marrones en su lecho si fuera invierno. Cangrejos que hay que buscar, entre piedras y fierros que yacen en su lecho, con sus pinzas en alto; siempre que no se metan en el agua y naden, veloces, impulsados por su cola.

Treparía por el sauce añoso para bajar por sus lianas de árbol llorón, en madejas verdes que se extienden desde lo alto hasta tocar el suelo del baldío.

Empapelábamos nuestras chozas con varias capas de diarios, usando engrudo casero. Harina y agua. Si el mundo se quedara quieto, tendría tiempo para dibujar las áreas en el piso arenoso preparando la cancha para el juego.

Los postes estarían pintados de rojo y negro y las redes hechas de alambres sujetos con clavos doblados. Siempre teníamos clavos… Habría, por supuesto, un marcador de goles hecho por mí con una madera larga colgada al costado en la pared de la casa de mis viejos.

Nunca fui tan feliz -tal vez, más tarde, cuando llegaron mis hijos– pero, también, con los amigos del barrio íbamos a pescar con mosca truchas salmonadas en ríos que bajaban -cristalinos- de la nieve de las montañas.

Y además, en un rincón del baldío, tenía un duraznero mío, únicamente mío, que no daba ningún fruto prohibido…

Por: Alberto Félix Suertegaray

Pueden encontrar más NARRATIVAS DE ESTE SUR en #Diario10 siguiendo ESTE ENLACE