-Humana, aprovechas la circunstancia para tocarme la panza, ya sabes que te dejo hacerlo solo cuando tengo hambre, ¡que si no!
La niña se ubicaba demasiado cerca del felino y era cierto que corría a tocarle la panza cuando escuchaba que iban a darle de comer; pero esa vez no resultó como siempre.
-Humana, ¿sabes qué pasó? Te lo digo rapidito y al oído: me cansé de jugar a hacerme la mala, me cansé de ser hosca y de estar con las garras listas. Desde hoy decidí dejar que me toques la panza, las orejas, las patas, el hocico y también voy a permitir que me lleves a upa. ¿Escuchaste? Se terminó la mala onda.
La pequeña miró a la gata y esperó pacientemente que terminara de comer, entonces despacio la alzó y la apretó un poquito sobre su pecho.
La gata parecía sonreír…
Por: Liné Leticia Rodriguez