«Perdón»

Ella acababa de llegar, envuelta en remordimientos; se detuvo en el portón.
La noche comenzaba a desplegar sus negras alas y del aire húmedo nacía una niebla espesa
Callada, silenciosa, la vieja casa del campo se hallaba en penumbras, signo de que él no estaba.
-Habrá salido como siempre a ahogar la vida en algún bar de la villa, pensó.
Quería verlo, tenía algunas palabras agolpadas en su pecho, una carta amarilla y fotos de la familia.
Hoy iba a decírselo, hoy le pediría perdón por haberlo dejado solo, hoy aceptaría sus abrazos y miraría en silencio sus grandes ojos tristes, tomaría entre las suyas sus duras y estropeadas manos de campesino, besaría esa frente donde los años habían dejado sus huellas.
Con un hondo suspiro estaba de regreso, franqueó el portón. Hoy pisaba sin rencor y sin ganas de salir huyendo el viejo sendero de piedras que conducía hasta la casa, hoy no tenía miedos.

El construyó esa casa, mientras ella jugaba a las escondidas y escuchaba el trajín de su madre en la cocina entre baldes de arena y pisos de cenizas.
No… no fue culpa suya y ella ahora lo sabía; buscando su perdón se arrastraba por la vida. Pero hoy estaba decidida, tantos años de abandono, tanto odio, tanta herida, hoy le pediría perdón por toda esa vida.

La puerta estaba trabada pero eso no la detendría, él debía estar en la villa y ella lo sorprendería con dos copas de vino y la mesa bien servida.
Rodeó la casa pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas. ¿Desde cuándo se ha vuelto tan cuidadoso? Mientras pensaba se sentía confundida.

La noche cerró su manto espeso por la neblina. Sin pensarlo, rompió el cristal de una ventana y se coló dentro de la casa. ¡Qué extraño le parecía! ¿Por qué las luces apagadas? La siniestra penumbra que él siempre detestaba. Solía dejar las luces encendidas hasta cuando se marchaba.
Escuchó pasos presurosos en la habitación de arriba.

¡Estaba en casa! Su corazón se aceleró, pensó en lo que él sentiría cuando su niña lo abrazara.
Corrió ciega hacia las escaleras porque conocía de memoria el lugar, aunque ahora estaba un poco cambiada.

Un estruendo ensordeció sus pensamientos, se sintió volar con los brazos abiertos y creyó que eran las palabras las que explotaban en su pecho; un río de sangre la inmovilizó en el silencio y antes de que la noche la mojara por dentro comprendió que ése… ése no era su padre.

Por: Shivani Rodriguez

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