Miguel Hernández: pastor, poeta y soldado

“El mundo es como aparece ante mis cinco sentidos, y ante los tuyos que son las orillas de los míos”

Si bien por una cuestión cronológica se lo ubica en la Generación de 1936, se considera que este enorme poeta alicantino tiene mayor vinculación con el grupo anterior de escritores españoles, los de 1927, como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Rafael Alberti. Fue definido como un «genial epígono de la generación del ‘27» y su obra ha trascendido las fronteras de su Patria, para instalarse definitivamente en la cumbre de las letras hispánicas, con amplia repercusión mundial. Pastor, escritor y miliciano en la guerra, fue homenajeado repetidamente por el catalán Joan Manuel Serrat a través de sus canciones, que ayudaron a difundir su enorme talento.

Estudiante y pastor

Miguel Domingo Hernández Gilabert nació a las seis de la mañana del 30 de octubre de 1910 en la calle San Juan 72 de Orihuela, provincia de Alicante, en la Comunidad Valenciana, España. Hijo de Miguel Hernández Sánchez, guarda jurado (cuidador) y tratante de ganado, a quien los negocios no le iban del todo mal, y de Concepción Gilabert Giner. Era el tercero de ocho hijos y según algunos estudiosos de su obra, no era una familia pobre sino humilde y trabajadora, que administraba gran cantidad de cabras, leche y cabritos, ya que comercializaban casi todo el ganado caprino de la zona, que luego enviaban a Barcelona.

Hernández (izq.) y tres de sus siete hermanos,
Vicente, Elvira y Encarnación

A sus cuatro años la familia se trasladó a la calle Arriba 73, en un pequeño cerro colindando con el monte en la parte alta del poblado. A los ocho empezó a asistir a la Escuela del Ave María, bajo la tutela del seglar granadino Ignacio Gutiérrez, que dependía de los jesuitas.

Miguel se destacó por su inteligencia, llamó la atención de los sacerdotes de la orden ya que acostumbraban a seleccionar a los niños que creían idóneos para pertenecer a su comunidad religiosa, y con trece años lo incorporaron mediante una beca al Colegio de Santo Domingo junto a estudiantes de mayores recursos.

Allí estudió Gramática, Aritmética, Geografía y Religión, aunque se destacó en la primera y la última de estas materias. A los quince años, no se sabe muy bien si es que no le prolongaron la beca o que su padre lo necesitaba como jornalero, se puso a trabajar como repartidor de la leche del ganado de aquel.

Documental: Las Tres Heridas de Miguel Hernández

Otras versiones aseguran que los jesuitas le propusieron al padre que Miguel ingresara a la orden, y que éste no quiso desprenderse de un jornalero que necesitaba para seguir en sus negocios ya que solamente tenía dos varones para la tarea, el resto de sus hijos eran mujeres.

La muerte del tío Francisco, hermano del padre, hizo que su progenitor lo pusiera a trabajar como cabrero. Sin duda alguna, en su infancia había compaginado el trabajo de pastor con los estudios, aunque a partir de los catorce años y medio es cuando debe abandonar los estudios.

En esa época, el analfabetismo en España alcanzaba al 70 % de la población, por ello los hijos de los jornaleros no iban a la escuela. Esto fue modificado por el gobierno de la Segunda República (1931-1939), que consideró la cultura como un bien necesario y culpó a la Iglesia del retraso de la enseñanza.

El joven pastor y poeta alicantino

A partir de esta decisión, ya había habían sido creadas la Escuela Libre de Enseñanza, para los que se consideraban anarquistas, las Milicias Culturales en los frentes de guerra (1936-1939) y las Misiones Pedagógicas. Miguel era un niño privilegiado dentro de su entorno socio-rural, porque fue escolarizado hasta los quince años, lo que supuso para él, además de su inteligencia innata, aprender conocimientos que no estaban al alcance de cualquiera, más las lecturas de los autores del Siglo de Oro español en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes de Orihuela.

Hay una fotografía en la portada de la “Breve antología poética de Miguel Hernández” de José Luis Ferris, que muestra a un niño regordete, bien alimentado, con camisa, pañuelo y chaqueta, ropa que no estaba al alcance de una familia de cabreros o jornaleros. Y hasta las fotos eran objetos de lujo.

La voz de Miguel Hernández recitando «El esposo soldado»

Luis Almarcha, vicario de la catedral de Orihuela, vivía en la misma calle que Miguel y cuenta éste que un día que bajaba con las cabras del monte le contó que le habían puesto una multa por pastoreo furtivo, además le pidió que leyera algunos de sus poemas, y que el sacerdote lo animó a seguir escribiendo, además de ofrecerle su biblioteca privada donde se aficionó a las lecturas de Virgilio, San Juan de la Cruz y otros clásicos.

Sus primeros poemas –con valor más documental que literario- fueron publicados en el semanario “El Pueblo de Orihuela”, del cual Almarcha era fundador y director.

Según algunos autores, con diecinueve años conoció a Ramón Sijé, que tenía 16, hijo de un comerciante de tejidos de la calle Mayor, en la presentación de la revista oriolana “Voluntad”, en marzo de 1930, y a partir de allí trabajarían juntos en la publicación, Miguel a escondidas.

Vicente, su hermano mayor, cuenta que el poeta principiante tenía que leer de noche y oculto, otras veces en la huerta o mientras cuidaba las cabras, ya que su padre le recriminaba severamente lo que para él era una «pérdida de tiempo». En una carta a su amigo y benefactor, el sacerdote Almarcha, el poeta pastor le confesaba:

“Es el caso, querido don Luis, que deseo vivísimamente estudiar y en casa no puede o, no sé, no quieren mantenerme si no trabajo (mi padre dice: si no doy “producto”, como una máquina o un pedazo de tierra). Yo me ahogo en mi casa. Me dicen que no hago nada. Y yo no respondo que en los seis meses que no hago “nada” he hecho más que nunca: (dar un salto enorme en la poesía, leer muchos libros y preparar uno para dentro de unos días) porque, ¿para qué?… me repetirán. Ellos no sabrán nunca que leer y hacer versos e inclinarse sobre la tierra, o sobre las cabras son una misma cosa. Y para leer y hacer versos como para trabajar es necesario (¿verdad?): amor. Y yo lo hago, lo hago y siempre amo, y no hago lo que hice una vez y siempre odio”.

 

La incomprensión del padre era propia de un hombre de su tiempo, cuya verdadera religión era el trabajo y que no creía en el arte de la poesía como futuro para su hijo.

Posteriormente fue nombrado Presidente fundador de las Juventudes Socialistas, gracias a su amigo Augusto Pescador Sarget, desde agosto de 1931 hasta su primer viaje a Madrid.

Quizá de esta acérrima negativa paterna, por la que recibió malos tratos, y la imposibilidad de no ser aquel hombre de letras, aquel héroe soñado que como Virgilio fue pastor, naciera la voluntad irrefrenable de superación, de ser poeta a toda costa como medio de liberación.

En 1931 se libró del servicio militar por excedente de cupo, lo que supuso un contratiempo para sus planes de liberación paterna, por lo tanto recurrió el dictamen del Ejército, sin éxito. Salir de la opresora sujeción al patriarcado era una de las oportunidades de escapar de Orihuela, por eso tomó el camino hacia la capital de España y se presentó allí con una carpeta llena de poemas para comerse el mundo,gracias a «unos duros» (el dinero de entonces) que consiguió reunir de Ramón Sijé, Augusto Pescador, Juan Bellod y otros amigos. En esa época la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, y al momento de irse de su pueblo natal ya los había cumplido. Fue y regresó a Orihuela varias veces, pero nunca se consideró vencido.

El amor de Miguel

Josefina Manresa era una joven –también de Orihuela- a la que el poeta llamó más adelante “mi querida nena”, “mi querida esposa” o “mi querida Josefinilla” en las decenas de cartas que le escribió, tantas que su relación se podría considerar básicamente epistolar, ya que apenas convivieron unas semanas después del matrimonio y algunos días de permiso que Hernández tuvo durante la guerra.

Manuel Miguel Hernández con sus padres

Se conocieron en 1933, oficializaron el noviazgo al año siguiente y se casaron por civil en 1937, pero Miguel pasó la mayor parte del tiempo lejos de su casa: de viaje, en el frente y, finalmente, en la cárcel. Sin embargo, él le escribió prácticamente todos los días. Aquella mujer casta y sencilla, como los versos que le dedicó, fue su inspiración y su gran amor: “No tienes más quehacer que ser hermosa, ni tengo más festejo que mirarte, alrededor girando de tu esfera”.

Josefina y Miguel en Orihuela en 1937

Tuvieron un hijo, Manuel Miguel, perdieron otro antes del nacimiento, y aunque no se vieron demasiado, eso bastó para crear el amor más profundo del poeta y su mujer.

A la muerte de su esposo se convirtió en depositaria y guardiana de la obra, hasta su fallecimiento en 1987.

Hernández en Madrid

Los distintos viajes de Miguel a la capital española fueron trascendentales para su proyección poética, donde conoció, entre otros, a José Bergamín, José María Cossío, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, María Zambrano, a los pintores de la «Escuela de Vallecas» y a otros poetas de la Generación del ‘27. Sin estos históricos y decisivos periplos a Madrid, empujados por el irrefrenable deseo de triunfar, jamás hubiera ampliado las fronteras de su cosmovisión poética.

Si Hernández se hubiera conformado con quedarse en su Orihuela natal recitando allí sus versos, nunca hubiera tenido la oportunidad de probar fortuna y llegar a ser un poeta universal. Ante su primer viaje le escribió al «dulcísimo» (según su definición) Juan Ramón Jiménez para que lo recibiera en la gran ciudad.

En su primer viaje en tren a Madrid, llevaba una recomendación del abogado José Martínez Arenas para Concha Albornoz, hija del Ministro de Gracia y Justicia, quien le presentó a su vez a Ernesto Giménez Caballero, director de “La Gaceta Literaria”, que tenía el suplemento “El Robinsón Literario de España”, en la que salió publicada una entrevista con el título de «El cabrero poeta y el muchacho dramaturgo”.

A los cinco meses y medio de ese viaje debió regresar a Orihuela por falta de un medio de vida; a pesar de ello y como quedó dicho, estableció contacto y amistad con algunos poetas del ‘27, por ello, su aventura no fue del todo inútil.

Con 22 años rebosaba vitalidad, y pese a su primera frustración, pues no logró las altas expectativas que se había marcado, se renovó e inició una nueva etapa de poética pura gongorina hermética, de sintaxis compleja, con un acento culterano, para elevar lo cotidiano y vulgar a una categoría superior. El propósito de Miguel no era otro que el de homenajear a Luis de Góngora, como habían hecho –precisamente- los escritores del ‘27.

Con la publicación de “Perito en lunas” en enero de 1933, tras un año en la imprenta, no había conseguido el éxito esperado, de ahí salió el enojo comentado a Federico García Lorca con su carta: «… la tarde aquella murciana, que he maldecido las putas horas y malas que di a leer un verso a nadie».

Los 42 poemas de que consta el libro muestran una gran destreza verbal e imaginativa, empleada para oscurecer el contenido de los poemas, hasta el punto de que otro gran poeta, Gerardo Diego, los denominó «acertijos poéticos» cuyos temas suelen ser objetos cotidianos elevados a la categoría de objetos artísticos. La estrofa elegida (la octava real) es también una muestra de su deuda con Luis de Góngora, ya que es la misma que el poeta cordobés utilizó en la “Fábula de Polifemo y Galatea”.

En marzo de 1934 decidió realizar su segundo viaje Madrid, esta vez para una larga estancia y, además, llevaba consigo su auto sacramental “Quien te ha visto y quien te ve y sombras de lo que eras”, del cual José Bergamín le publica dos actos en el número de julio de la revista literaria “Cruz y Raya”.

Entabló además amistad con Enrique Azcoaga (poeta, ensayista y crítico literario madrileño) que produjo en él una influencia importante, inició su colaboración en las Misiones Pedagógicas (proyecto de solidaridad cultural patrocinado por el Gobierno de la Segunda República Española -1931/1939- a través del Ministerio de Instrucción Pública y desde las plataformas del Museo Pedagógico Nacional y la Institución Libre de Enseñanza) y también visitó Salamanca.

El gran poeta Gerardo Diego (izq.) y José de Cossío en 1933

También en 1934 conoció a José María de Cossío y Martínez Fortún (escritor y polígrafo, miembro de la Real Academia Española y autor de un monumental tratado taurino), quien lo contratará como secretario al año siguiente.

A mediados de junio de 1935 -fecha trascendente para Miguel- en un banquete/homenaje conoció a Vicente Aleixandre, con una anécdota curiosa: siempre apremiado económicamente le pidió al poeta el libro “La destrucción o el amor”, una segunda edición con variantes, ya que en 1933 le habían otorgado el Premio Nacional de Literatura precisamente por esta obra. El 23 de septiembre estuvo en la casa de Aleixandre, éste se lo regala y el poeta-pastor se lo agradece obsequiándole a su vez “Oda entre arena y piedra”, con evidentes influencias surrealistas de su nuevo amigo.

El 18 de julio de 1936, con 25 años, se hallaba en Madrid y se incorporó al 5º Regimiento de Valentín González como Comisario de Cultura. Su poesía se transforma, sus versos son comprometidos, combativos, se convierten en armas de lucha (poesía urgente o de guerra), y recita en las plazas de los pueblos al servicio del «Altavoz del Frente».

“Altavoz del Frente”, publicado durante la Guerra Civil Española

En 1937 publica “Viento del pueblo”; «los poetas somos viento del pueblo; nacemos para ser soplando…», escribe Miguel. Por su parte, “El hombre acecha” es un libro que puede disfrutarse gracias a la casualidad y la fortuna: se salvaron dos ejemplares preparados para encuadernar en abril de 1939 de la Tipografía Moderna de Valencia, cuando entraron en esa ciudad las tropas del futuro dictador Francisco Franco. Más adelante, ya en la cárcel, escribió su obra maestra “Cancionero y romancero de ausencias”.

La peripecia biográfica del excepcional poeta se cierra entonces con estos materiales que no tuvieron conclusión ni orden definitivo. En ellos, la ausencia, las contraseñas de lo vivido, la meditación interior, la muerte de su primer hijo y las esperanzas que genera el segundo en la perspectiva de un futuro imposible (la proximidad de su muerte) constituyen un estremecedor testimonio del final de una poética y de un hombre, que es también el final de una historia.

“Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida”.

 

Miguel Hernández en Rusia

Si los viajes del poeta a Madrid fueron decisivos para su proyección literaria y artística, el que realizó a Rusia con motivo del 5° Festival de Teatro Soviético en Moscú, representando a la delegación de la Segunda República Española, le supondría un destino trágico al finalizar la guerra y marcaría en él un cambio ideológico, como lo reflejó en un artículo que apareció en el diario alicantino “Nuestra Bandera” a su regreso, tras su periplo periodístico por el país de los bolcheviques.

La verdadera vocación de Miguel fue el teatro más que la poesía. Deseaba ser dramaturgo como su “amigo” Federico García Lorca quien recorría España con su compañía “La Barraca” “en un teatro de acción social” con dramas rurales, puesto que esta actividad suponía un medio más eficaz de ganarse la vida que con la poesía, que siempre va unida a toda creatividad artística. Hernández admiraba a Lorca y lo conoció en Murcia en 1933 con motivo de una función de teatral en esa ciudad, y aunque el nacido en Orihuela le escribió cuatro cartas a Federico, éste le contestó solamente una. Algunos críticos hablaron de envidia…

Dos de los mejores poetas: Miguel Hernández y Federico García Lorca

Las influencias de Lorca, Rafael Alberti, Azorín y la de otros autores en el teatro social de Miguel, han sido analizadas y expuestas en varias oportunidades por estudiosos de su obra.

En tiempos de la 2ª República y durante la Guerra Civil Española era frecuente viajar a Rusia, por las relaciones de ayuda que esta nación aportaba a la causa republicana, como por ejemplo el oro hispano a cambio de armas. La Unión Soviética era para los intelectuales y artistas de todo el mundo el gran espejo donde mirarse, considerada como la «patria espiritual de los trabajadores del mundo», como dejó escrito el propio Hernández.

Alberti, su esposa María Teresa León y José Bergamín, todos ellos pertenecientes al Partido Comunista Español, habían viajado con anterioridad a Moscú.

Hernández: Poeta, miliciano y pastor

El Ministerio de Instrucción Pública designó a cinco artistas para asistir al Festival en Moscú: Francisco Martínez Allende (director del Teatro Popular de Madrid), Miguel Hernández (poeta y dramaturgo), Casai Chapí (músico), Miguel Prieto Anguita (pintor) y Gloria Álvarez Santullano (actriz).

En esta expedición cultural, Miguel acudía como dramaturgo y no como poeta, como así se lo hizo saber en una carta a su esposa Josefina desde Valencia: «que sirvan de estudios y beneficios del teatro que yo hago en España…».

Entrevista a Josefina Manresa, esposa de Miguel Hernández

Miguel aprovechó los espacios que le otorgó el viaje para escribir artículos, cartas a su esposa y a amigos, o poesías. En el poema «Rusia», de su libro “El hombre acecha”, comenta el viaje, habla de los trenes, de la extensión de Rusia y de las minas de hierro de los Montes Urales, y las describe como «vacas de oro yacente, que ordeñan los mineros…»; además, de cómo protegían a los niños españoles que viajaron para ser salvados de los desastres de la Guerra Civil.

También alaba a Stalin como ya lo había hecho Alberti; en la tumba de Lenin saluda y escribe: «… con pie de mármol y voz de bronce quieto». Y finaliza con el deseo de dos naciones unidas: «Rusia y España, como fuerzas hermanas», verso que daría título al artículo que publicó en “Nuestra Bandera de Alicante”, a su regreso de la Unión Soviética, en el que manifiesta «Al pisar tierra de la Unión Soviética volví a sentir sobre mi rostro el viento humano respirado por los hombres…

En los trenes, en las calles, en los caminos, donde menos se esperaba, el pueblo soviético venía hacia nosotros con los brazos tendido de sus niños, sus mujeres, sus trabajadores…».

“Nanas de la cebolla”, de Miguel Hernández, por Joan Manuel Serrat

Sin duda alguna, el poder económico de la Unión Soviética difería en gran medida de la situación campesina y obrera que se vivía en España en los años treinta.

El poema «La Fábrica-Ciudad», está dedicado a Jarkov, ubicada junto a río Donets, en la región de Ucrania (al sur de Rusia y límite con Rumania), al este de Kiev. Es un elogio a la industria, en el que la primera estrofa hace una metáfora de «tractores como ganadería sólida con cadenas», y más adelante con «titán laborioso», o con otra metáfora apasionada y potente: «tractores capaces de arar el mundo».

Hernández en Moscú

Este viaje a Rusia llenó al poeta de entusiasmo socialista, sobre todo al contemplar el evidente progreso industrial que habían logrado los obreros del antiguo país de los zares tiranos, asombrando al mundo de los trabajadores, ante la maquinaria agrícola, las ciudades, fábricas, y escribiría nuevamente: «Rusia edifica un mundo feliz y transparente, para los hombres llenos de impulsos fraternales».

Este viaje a la Rusia bolchevique representando el teatro social y de acción política de estilo de Lope de Vega y de García Lorca (a éste le costó la vida), fueron las pruebas que argumentaron al final de la Guerra Civil en el Consejo de Guerra, para condenarlo a muerte por un contrasentido: «adhesión a la rebelión».

Miliciano y periodista

En julio de 1936 Miguel Hernández tenía 25 años y se encontraba en Madrid, aunque el 29 viaja a Orihuela. El 13 de agosto unos anarquistas asesinan en Elda al padre de su esposa Josefina. El 25 de septiembre el poeta pastor se inclina por la República, es decir, por el Gobierno elegido en las urnas y legalmente constituido. Y decide tomar parte activa con las armas, más su poesía combativa o del “compromiso que duele y perdura en el tiempo más que las heridas de los proyectiles”.

El poeta en las trincheras republicanas de la Guerra Civil Española

Miguel adhirió a la Segunda República como todos sus compañeros de la Alianza de Intelectuales Antifascistas: Rafael Alberti, Emilio Prados, Manuel Ciges Aparicio, María Zambrano, Vicente Aleixandre y José Bergamín. Además, esta actitud suponía ser un soldado útil, ya que se le negó el servicio militar por exceso de cupo, y quizá era la oportunidad que no tuvo, una pequeña satisfacción personal. Madrid fue zona republicana y defendía el orden constitucional establecido en 1931.

Miguel se incorporó como voluntario y Comisario Cultural al Quinto Regimiento de Zapadores, destinado a la capital de España. Recibe instrucción y adoctrinamiento y estuvo en varios frentes: Alcalá de Henares, Valdemoros, Boadilla del Monte y Pozuelo de Alarcón. En febrero del ‘37 es destinado al «Altavoz del Frente Sur», periódico del Comité Provincial de Jaén del Partido Comunista de España, que le da oportunidad de hacer viajes por los pueblos para declamar sus poemas en los lugares públicos; escribe en diferentes periódicos republicanos, en algún caso con el seudónimo de Antonio López.

Miguel Hernández en Valencia en 1937

En julio de 1937 viaja a Valencia para el 2° Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, al cual asistieron, entre otros, Octavio Paz, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Ernest Hemingway, César Vallejo, Vicente Huidobro, Raúl González Tuñón, Andrés Malraux, Luis Aragón y Jean Causso.

Como periodista escribe artículos en periódicos, revistas y en hojas de guerra, manteniendo el uso poético y creativo que se refleja hasta en momentos de máxima crispación política e ideológica desde las mismas trincheras. La propaganda de esa época, por ambos bandos, era una manipulación periodística de la realidad y Hernández ejerció esa forma de periodismo.

Proceso y muerte

Al finalizar la guerra, a Miguel Hernández Gilabert lo detuvo la policía en Moura, Portugal, el 4 de mayo de 1939, y lo entregó a las autoridades españolas en Rosal de la Frontera (Huelva) donde, «estrechado a preguntas», lo interrogaron durante 5 días. Otros ocho duraron las vejaciones e interrogatorios en Huelva. Luego lo llevaron a Madrid y posteriormente a Palencia, de donde salió con su organismo quebrado, una enorme hemorragia y muy enfermo. De allí lo trasladaron nuevamente a Madrid, hasta que finalmente lo condujeron al Reformatorio de Adultos de Alicante, cerca de su familia, donde murió de tuberculosis el sábado 28 de marzo de 1942, día anterior a la Pascua cristiana de Resurrección…

Miguel, Manuel y Josefina descansan, ahora sí, en paz

Un Tribunal de Guerra lo había condenado a la pena de muerte que, gracias a la solicitud firmada por numerosos intelectuales de diversas partes del mundo, le fue conmutada por una sentencia a treinta años de prisión.

Su tumba está en el cementerio de Nuestra Señora de los Remedios de Alicante, en la que también están enterrados su hijo Manuel Miguel, fallecido en 1984, y su esposa, Josefina Manresa, que murió tres años más tarde.

Serrat: “El Legado de Miguel Hernández”. Concierto completo

Así fue el final de uno de los más grandes poetas de la historia de la lengua castellana, castigado por haber defendido la legalidad constitucional en el frente de batalla y a través de su fantástica obra. Siempre le acompañó un «sino sangriento». Su vida osciló entre momentos de euforia y alegría, y otros de desgracia y tragedia. Se lo conoce por ser un hombre digno y honrado, que defendió sus ideas con nobleza y luchó contra las adversidades con un lema: «Solo con Educación y Cultura se logra el progreso de los pueblos». Y con un slogan: «Solo por amor»…

“Adiós hermanos, camaradas y amigos.
Despedidme del sol y de los trigos”

 

 

Fuentes: miguelhernandezvirtual.es; dipujaen.es; rimasdecolores.blogspot.com; palermoonline.com.ar; fundacioncnse.com; mcnbiografías.com; informacion.es; Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Miguel Hernández». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España, 2004.

 

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