«El Principito», un clásico para todos

"Lo esencial es invisible a los ojos", le dijo el Zorro al Principito.

En esta quinta entrega, analizamos uno de los libros clásicos de la modernidad, traducido a decenas de idiomas y dueño de un magnetismo llamativo, lo que le ha hecho ganar popularidad no solamente entre los más pequeños. Su profundo carácter reflexivo sobre la vida, la sociedad, la amistad y el amor, lo convierten en una narración de enorme interés para todos. A los adultos nos brinda herramientas para intentar detener la pérdida del candor y la sencillez de nuestros primeros años de vida.

Por: Norberto Landeyro

Introito

Nada mejor que comenzar el análisis de este maravilloso libro remitiéndonos a la dedicatoria que hizo Antoine de Saint-Exupéry, ya que después de releerla nos eximiría de más palabras, pues en ella el autor expresa el espíritu que lo animó a la hora de escribirlo:
«Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria: A LEON WERTH CUANDO ERA NIÑO».
Sin embargo, pese a lo expresivo del texto, vale la pena aventurarse en los detalles no tan solo de la obra sino también en la vida del escritor francés, una existencia propia en sí misma de una novela.

«El Principito» ha sido traducido a decenas de idiomas y fue un éxito editorial desde el mismo momento en que fue publicado, en 1943 en la ciudad de Nueva York. Aún hoy, sigue siendo un libro muy requerido y consultado al momento de elegir literatura para niños, pero siempre bajo la «atenta mirada» de los adultos, inclusive de aquellos que eligen releerlo. Es siempre una delicia repasar un texto que jamás ha perdido, ni perderá, vigencia.

 

Una vida en el aire

Antoine de Saint-Exupéry (nacido Antoine Marie Jean-Baptiste Roger, Conde de Saint-Exupéry-Lyon, 1900-Mar Tirreno, 1944) fue un novelista y aviador francés; sus experiencias como piloto se convirtieron en fuente de inspiración. Hijo de una familia aristocrática, vivió una infancia feliz aunque quedó huérfano a los cuatro años.
Siempre estrechamente ligado a su madre, cuya sensibilidad y cultura lo marcaron profundamente, sostuvo siempre una nutrida correspondencia.

Desde la infancia manifestó interés por la mecánica y la aviación: recibió el bautismo del aire en 1912, y la pasión de volar ya no lo abandonaría nunca. Después de seguir estudios clásicos en establecimientos católicos, se inscribió en Bellas Artes. Aprendió el oficio de piloto durante el servicio militar en la aviación, aunque por presiones familiares ejerció varios oficios, mientras frecuentaba los medios literarios.

En 1926 cambió completamente su vida al publicar su narración breve «El aviador» en la prestigiosa revista literaria «Le Navire d’Argent» (El buque de plata), que conducía Jean Prévost, y logró un contrato como piloto de línea aérea. Desde ese momento, a cada escala le correspondió una etapa de su producción literaria, aprovechando la experiencia. Siendo jefe de estación aérea en el Sahara español, escribió su primera novela, «Correo del Sur» (1928).

Su paso siguiente fue Buenos Aires, al ser nombrado director de la Aeroposta Argentina, filial de la Aéropostale francesa, donde tuvo la misión de organizar la red de América Latina. Allí escribió su segunda novela, «Vuelo nocturno». En 1931, la empresa quebró pero Saint-Exupéry no dejó de volar como piloto de pruebas y efectuó varios intentos de récords, algunos de los cuales se saldaron con graves accidentes: en el desierto egipcio en 1935 y en Guatemala en 1938.

En la década del ’30 sus actividades crecieron: adaptaciones cinematográficas de «Correo del Sur» en 1937 y de «Vuelo nocturno» en 1939, numerosos viajes (a Moscú, a la España en guerra), reportajes y artículos para diversas revistas. Durante su convalescencia en Nueva York, después del accidente de Guatemala, publicó «Tierra de hombres» (1939).

La guerra y el final

En la Segunda Guerra Mundial, luchó con la aviación francesa en misiones peligrosas, en especial sobre Arras, en mayo de 1940. Con la caída de Francia marchó a Nueva York, donde contó esta experiencia en «Piloto de guerra» (1942). En Estados Unidos, sin desconocer las amenazas que la época hacía pesar sobre el «respeto del hombre», prefirió una parábola con «El principito» (1943), una fábula aparentemente infantil -aunque no lo es tanto- muy poética e ilustrada por él mismo, que le dio fama mundial.

En 1943 solicitó incorporarse a las fuerzas francesas en África del Norte, y a partir de entonces retomó las misiones desde Cerdeña y Córcega. En el transcurso de una de ellas, el 31 de julio de 1944, su avión desapareció en el Mediterráneo. Jamás se encontraron ni sus restos ni los del avión.

 

El pequeño viajero espacial

En esta obra, Saint-Exupéry afirma haber conocido al singular personaje que da título al libro en el desierto del Sahara, después de haber sufrido un accidente de avión, y cuenta su historia. El niño era originario de un asteroide tan pequeño que bastaba con correr la silla hacia atrás para ver continuamente la puesta de sol. Un día brotó del suelo una rosa; el pequeño se enamoró de ella, pero no pudiendo soportar su orgullo y presunción, decidió abandonar el asteroide con rumbo a otros minúsculos planetas. En cada uno vivía un solo personaje que representaba algún defecto humano: la vanidad, el egoísmo, la ambición…

Pero antes de ese viaje, el diálogo -resumido- entre el niño y la flor, sintetiza también el espíritu que el autor le imprimió a su obra:
«Te amo» – dijo el Principito…
-«Yo también te quiero» -dijo la rosa.
-«No es lo mismo» -respondió él…
…»Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía.
Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos.
Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo, amigo y saber que en el tuyo hay un lugar para mí.
Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.»
-«Ya entendí» -dijo la rosa.
-«No lo entiendas, vívelo» -agregó el Principito.

Por fin, el Principito llegó a nuestra Tierra, donde descubrió, consternado, que su rosa no era la única del universo, y entabló amistad con un zorro y luego con el narrador. Los sutiles simbolismos y el desenlace de la historia sugieren el sentido del libro: una indagación sobre el amor y la amistad, sentimientos que, pese a su naturaleza incomprensible y los sufrimientos que pueden acarrear, se revelan como una necesidad ineludible y enriquecedora.

Una parábola

Saint-Exupéry eligió una parábola para contar su historia, un relato simbólico que expresó su visión de la sociedad que observó durante sus andanzas aéreas. Además, el mundo en el que vivía estaba atravesado por la Segunda Guerra, en la que participó, hecho que no es ajeno para nada tanto en la trama como en el argumento del libro. Los más de 140 millones de ejemplares vendidos a lo largo de la historia, dan fe de que «El Principito» caló hondo en los corazones de los lectores. ¿Le habremos sacado provecho los seres humanos a una obra que perdurará por siempre? A veces, no parece que fuera así. Porque como toda parábola, ha dejado un camino marcado con señales para no perdernos en él.

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