El primer gobierno rionegrino no las tuvo fácil. Debía empezar de cero, literalmente. En la época del Territorio Nacional, los gobernadores designados por el Ejecutivo Nacional eran apenas unos administradores de la indigencia económica o de la orfandad política.
Y el primero de mayo de 1958 comenzaba la etapa fundacional. Edgardo Castello asumía sabiendo que las expectativas despertadas eran inmensas. Había que armar una estructura administrativa, una economía provincial integrada al mundo y diversificada, una provincia sobre la que se pudiera vivir.
La Unión Cívica Radical Intransigente había ganado las elecciones gracias a la habilidad política de su máximo referente y presidente electo: Arturo Frondizi supo armar una red de alianzas informales y de compromisos a futuro con sectores tan diferentes y distanciados como el perseguido peronismo y la Iglesia Católica Argentina.
Al peronismo le prometió la legalización en igualdad de condiciones; después de darle vueltas decidió probar suerte en la elección de gobernadores de 1962. Para su desgracia, el peronismo ganó en la mayoría de los distritos. Río Negro incluido. El roquense Arturo Llanos había sido el elegido para encabezar la lista del Partido Blanco. Y a pesar de que las elecciones fueron anuladas por decreto, fue con escribano y todo a Viedma para denunciar la imposibilidad de asumir. La anécdota quedó para el recuerdo y el hecho político en sí, invisibilizado en los realineamientos que seguían dándose.
La Iglesia Católica, en cambio, obtuvo transformaciones más duraderas. Entre 1954 y 1955 había sido el estandarte de la lucha antiperonista y su red de contactos en todo el país facilitó la comunicación de los golpistas. Y aún antes, había tenido una actitud militante en todos los planos contra los sindicatos y partidos de origen comunista y anarquista. A lo largo del Territorio rionegrino, la iglesia había fortalecido el trabajo de sus propios centros obreros y sindicatos; promovió fuerzas políticas afines y realizó una intensa agitación a través diferentes medios impresos. La jerarquía católica entendía que había llegado el momento de ocupar otros espacios y reclamó la oportunidad de tener sus propias universidades.
El debate de educación “laica o libre” dividió a la sociedad argentina de esos años pero también debilitó al sistema de alianzas que había llevado al gobierno a Frondizi. Las universidades privadas fueron una realidad. Y le dieron una fuerte legitimación e impulso a la educación religiosa.
Río Negro no fue ajena a esa realidad.
La reorganización de la Iglesia patagónica
El crecimiento de la Patagonia generó cambios institucionales y organizativos profundos. La región empezó a tener otro protagonismo en la vida nacional; dejó de ser una simple “colonia” a la que se podía expoliar sin más. Y muchas de sus aspiraciones deberían ser escuchadas de otra manera por el poder de turno.
Para la Iglesia Católica también fue un período de transición y cambios. Si en 1958, Castello comenzaba con el armado de una estructura de gobierno inexistente hasta ese momento; la Iglesia debía articularse de la misma manera. El obispado de Viedma se dividió: en 1957, con la creación de la diócesis de Comodoro Rivadavia; en 1961, la de Neuquén. La acción, hasta ese momento encabezada por los sacerdotes salesianos, ahora pasaba el clero secular.
La reorganización le tocó nada menos que a otro salesiano: el obispo José Borgatti fue quien tuvo a cargo la tarea de reemplazar en cada uno de los pueblos rionegrinos a los misioneros de la orden de Don Bosco por sacerdotes del obispado. Y contó con auxiliares que tenían grandes talentos organizadores: Miguel Elorrieta en Cipolletti; César Rondini en Villa Regina, entre otros. Sacerdotes que además de desplazar a los salesianos debían ganarse la confianza de los lugareños e impulsar tareas que no se habían cumplido, con la instalación de los colegios primarios de carácter confesional.
La misión, la palabra, la radio
Las jurisdicciones eran inmensas. Elorrieta, por ejemplo, debía atender a una feligresía desparramada entre la colonia de Campo Grande y Fernández Oro. Rondini distribuía su atención entre Valle Azul y Guerrico. No alcanzaba el tiempo ni los recursos, por más que comenzaron a utilizar vehículos para llegar a los distintos puntos.
Esos cursas pronto se dieron cuenta del poder multiplicador de la radio y de las ventajas que podía tener un mensaje que llegara directamente a los hogares. El vasco Elorrieta, aprovechando la vecindad con Neuquén, supo tener un espacio en LU5, la única emisora regional en esos años. La iglesia debe haber anotado y sacado conclusiones, porque la siguiente acción fue muy clara. Aunque nunca reconocida oficialmente.
El hambre y las ganas de comer
Para que los hechos se produzcan se tienen que dar las condiciones materiales. O más popularmente: se tienen que juntar el hambre con las ganas de comer. Si a la Iglesia le interesaba tener un sistema que le facilitara su tarea misionera, tenía que haber personas interesadas en las cuestiones radiales y personas influyentes que pudieran avanzar sobre la legislación. La tecnología al alcance para emisiones en AM implicaba fuertes inversiones, mucho personal, antenas grandes y visibles, espacios para estudios. Y había un rígido control del Estado sobre esas ondas.
A la conjunción de talentos que debía darse para que el hecho radial fuera posible se sumaba la necesidad del inversor que pusiera los fondos necesarios y de alguien que tuviese voluntad de abrir el candado legal. Y todo eso se dio entre 1962 y 1963.
En los pueblos, la imposibilidad de difundir mediante el espectro radial no fue obstáculo para que la vocación se desarrollara. Las “propoladoras”, sistemas de altoparlantes colocados en las calles principales, fueron el modesto antecedente del género. De allí salieron los primeros locutores y las primeras estructuras organizativas, las bases de las futuras radios regionales.
Mientras tanto, un vecino de Viedma había llegado a la presidencia. José María Guido había sido convencional constituyente en 1957; en 1958 fue electo senador nacional y asumió como presidente provisional de la Cámara. En 1962 – en una curiosa carrera por las calles de Buenos Aires -, logró anticiparse al objetivo de los golpistas que derrocaron a Frondizi y consiguió que la Corte Suprema de Justicia lo invistiera como presidente de la Nación.
Guido – a instancias de esos apasionados de la radio que eran sus vecinos – firmó el decreto licitando radios AM de baja frecuencia para Viedma, Villa Regina, General Roca y Cipolletti. Los valles del río Negro, finalmente, iban a tener una voz propia.
La mano de la Iglesia católica se vio rápidamente detrás de las firmas que fueron haciéndose cargo de las frecuencias.
El 15 de mayo de 1963 sale al aire LU15 Radio Viedma. Sus propietarios: Aldo Liccardi (su primer director), Nicolás Destéfanis, Reyes Romero y Jorge Romero. Había un quinto integrante que fue separado de la sociedad para no “irritar” al poder y conseguir la licencia: el periodista Galo Martínez, quien luego desarrolló una amplia carrera profesional en la capital provincial, militaba en el Partido Comunista. Y él mismo denunció que el obispo fue quien reclamó su apartamiento.
El primero de julio comenzó a emitir la radio reginense, LU16 Radio Río Negro. La sociedad conformada por Diego López, Cono Randazzo y Franco González era la titular de los derechos; todos muy próximos al párroco Rondina quien pocos años después termina siendo el propietario de la emisora.
Signadas por un clima de tragedia, en octubre nacen las emisoras de Cipolletti (el 13) y Roca (el 19). Un día antes de la inauguración, el director de LU19 Adolfo Turrín tiene un accidente de tránsito que lo tuvo internado varios meses en terapia intensiva. Nunca volvería a ser el mismo. La sociedad controlante de la radio cipoleña se identificaba por la sigla VALOR, por las iniciales de sus accionistas: Viola, Andrada, Lisazo, O’Mill y Rost. Todos se conocieron en la parroquia La Sagrada Familia y eran miembros asiduos de la Acción Católica. “¿Elorrieta? No, el tenía un espacio pero no tenía acciones”, comentó O’Mill. Pero era vox populi en el pueblo que el vasco se quejaba por el apartamiento que había sufrido.
En Roca, la frecuencia quedó en manos de la sociedad Vaxhaco: Vasallo, Xhardes y Costanzo. Poco después, dos socios se retiran y queda solamente Santiago Xhardes, quien integra a su yerno, Cozzi. Será Cozzi quien finalmente se haga cargo de la dirección de la emisora hasta que unos años después fallece en un accidente de tránsito. Cozzi estaba vinculado a las instituciones de la Iglesia de Roca y su familia siguió con su vocación cristiana.
El aire rionegrino comenzaba a poblarse. Cientos de vocaciones pudieron encausarse gracias a esas emisoras provincianas que atravesaron miles de dificultades técnicas, económicas y políticas pero que obstinadamente intentaban llevar un mensaje a sus vecinos. Una sola de esas radios nacidas en 1963 sigue en mano de sus propietarios originales: la roquense LU 18.
Muchas historias pasaron. Historias que hablan de mudanzas, traiciones, cambios de mano, ambiciones y lealtades inquebrantables. Comenzaban a sumarse nuevas opiniones en la conformación de ese imaginario provincial.
Por Herman Avoscan