Imaginemos un territorio de más de 200.000 kilómetros cuadrados, prácticamente despoblado (una densidad de menos de un habitante por Km2); con centros urbanos dispersos y aislados entre sí; con economías atadas a la exportación a través de dos puertos ubicados a 600 y 1.200 kilómetros, y con pésimas vías de comunicación internas. Imaginemos un espacio que además de inarticulado y sin sentido de comunidad, tenía muy bajas tasas de alfabetización, un sistema de salud escasamente desarrollado, una vida plagada de carencias y vicisitudes, pero un manifiesto deseo de desarrollo. Una fe inquebrantable en un futuro mejor. Eso era Río Negro en 1958.

En ese contexto aparece un medio de comunicación que se constituye en el escenario de la discusión de proyectos e iniciativas para una provincia que nacía. El domingo 9 de febrero de 1958 el semanario Río Negro se transformaba en el diario que todavía sigue siendo un elemento gravitante en las discusiones y la vida política provincial.
Hacía apenas dos años y medio que el antiguo Territorio Nacional gozaba el status de provincia. El golpe de estado de la Revolución Libertadora en 1955 demoró la organización institucional; pero la salida jurídico institucional propiciaba la construcción de un nuevo país sin peronismos.

En 1957 se redactó la Constitución Provincial y el 23 de febrero de 1958 se realizarían elecciones nacionales y provinciales. Y entre el calor del verano y el fragor de la lucha política, aparece un proyecto económico político destinado a convertirse en el medio que iba a articular los debates de la política rionegrina durante décadas. Este medio que de semanario pasa a edición diaria, conciente de que ese salto era no solo cuantitativo sino organizativo y cualitativo, nacía con un objetivo de corto plazo muy concreto: apoyar la campaña del candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo, el roquense José Enrique Gadano, frente a las aspiraciones del viedmense Edgardo Castello.
Esta disputa no era solamente en el plano político. No se limitaba a la forma en que el nuevo gobierno se relacionaría con un peronismo agazapado y proscripto. También implicaba dos modelos diferentes de provincia. Los radicales del pueblo y el diario Río Negro abrazaron tempranamente la idea de que la provincia solo podría crecer si primero concentraba recursos en desarrollar su región más dinámica y su ciudad más representativa. El Alto Valle y General Roca debían prepararse para encabezar la etapa del despegue regional y convertirse en una metrópolis que concentrara inversiones. Después habría tiempo para ocuparse del resto de la provincia. Ese sector de la elite política provincial miraba con mucha preocupación las expectativas de la vecina Neuquén y buscaba ocupar ese espacio primero.
En la vereda del frente estaban los radicales intransigentes, con centro en Viedma. Lejos de la zona más dinámica de la provincia, en una región anclada en una estructura económica poco competitiva y en desventaja, lo liderados por Castello aspiraban a una “provincialización real”. Si había que invertir recursos del Estado, había que destinarlos equitativamente para que todos pudieran disfrutar de los beneficios. En definitiva, decían, el Alto Valle ya había tenido suficiente con la gran obra del dique Ballester y el canal de riego.
“Un cinturón para ahorcar a Roca”
En esas dos semanas que pasaron entre su aparición y el domingo de elecciones, el diario Río Negro militó fervientemente las ideas del radicalismo del pueblo y mostró con amplitud a sus candidatos en todo el Alto Valle. Sus crónicas hablan de masivos actos de los “populares” contra anémicos encuentros de “intransigentes”. Hay espacios para mostrar a todas las listas, menos a las de Castello. Se agiganta el fantasma de un posible regreso de la “tiranía” peronista de la mano de Arturo Frondizi y de la “inclaudicable” pasión radical por la democracia y las libertades. Se pone en primer plano a la UCRI – Lista Verde, que lleva como candidato a otro roquense, Justo Epifanio, una escisión de la Intransigencia con la esperanza no declarada de dividir al oponente.
Y durante los últimos días de la campaña, un cronista del diario se dedica a seguir los actos de Castello para preguntarle por unas supuestas declaraciones suyas: ¿qué era eso del “cinturón para ahorcar a Roca”?

En esos días, el flamante diario – llevaba 46 años como semanario -, puso todas sus armas al servicio de la causa. No le alcanzó. A pesar de que el peronismo rionegrino oficialmente desoyó las órdenes de Juan Perón y votó en blanco; a pesar de las promocionadas divisiones y del foco puesto en los candidatos propios, Edgardo Castello se impuso por unos 6.600 votos (casi 11 puntos porcentuales).
Años más tarde, un dirigente del radicalismo apuntaba que el diario había sido “un éxito en lo económico pero un fracaso desde lo político”. Y repasaba un largo rosario de causas perdidas por los Rajneri.
Las causas del diario
La línea editorial del diario tiene un gusto especial por el tono épico de su pasado. Así, gusta hablar de sus grandes campañas por descubrir lo que el “poder” (político) preferiría ocultar. Una historia que tiene su génesis en su mismo fundador, don Fernando Rajneri, docente de profesión y fiel reflejo del positivismo que vistió al país durante la hegemonía de la “Generación del 80”.
Rajneri confiaba en la educación como motor del desarrollo; la herramienta que iba a librarnos del atraso medieval del país; en la transparencia de los actos de gobierno y en una democracia de vecinos representativos que llevarían adelante el buen gobierno. Su concepción de justicia lo llevó a enfrentarse a los poderes públicos del momento: gobernadores de Territorios, jueces ausentes y una policía territoriana que imponía el rigor de la ley… según la entendían sus propios hombres.
Sus cinco hijos, rionegrinos de primera generación, integrantes de la elite económica y social de la ciudad, educados en la universidad pública, fueron dignos herederos de aquellas pasiones del fundador. Aquel 9 de febrero, el diario no tuvo una editorial fundacional. Asumiéndose como la continuidad propia del semanario, Norberto Rajneri se limitó a reproducir la editorial de 1912: “Baja a la arena de la acción, compenetrado de la responsabilidad que asume, sin que lo guíen ni miras estrechas ni propósitos egoístas, para desarrollar nítidamente su actuación en el amplio campo de sus ideales”.
De la mano del éxito periodístico y económico, la empresa familiar fue cumpliendo rápidamente con las expectativas de sus lectores incorporando todas las innovaciones técnicas que existían al alcance. El diario supo convocar a excelentes periodistas y fotógrafos que volcaron en sus páginas información, análisis y entretenimiento. Y la expansión trajo otro fenómeno: en una provincia desintegrada y aislada, sus páginas se convirtieron en un auditorio donde se reflejaban las pasiones de cada momento. Donde algunas se reproducían con mayor énfasis, claro. Desde sus espacios editoriales y de opinión, desde la edición de la información, la empresa periodística trató de imponer un determinado proyecto de provincia y fustigó a quienes no coincidían con su parecer.
Ocupando espacios
La provincia amanecía institucionalmente; tenía su primer gobierno constitucional; su primera legislatura; empezaba a organizar la justicia y el sistema de salud. Sólo una radio transmitía en toda esa inmensidad: era LU 8 de Bariloche, que comenzó su transmisión como filial de la cadena Splendid en 1943. Una voz más habitual era la de LU5 radio Neuquén, que había comenzado sus emisiones en 1954. Y después, había que buscar las emisiones de las grandes radios nacionales que emitían desde Buenos Aires o las más sureñas de Bahía Blanca. El resto, un gran vacío que vino a llenar el diario. Las radios privadas llegarían a Río Negro en 1963, de la mano de un decreto del presidente José María Guido.
Lo cierto es que durante varias décadas, en una provincia sin identidad ni historia común, el único actor aglutinante por fuera de lo institucional era el mismo diario. Lo que no era poco en una provincia en donde llegar a su capital era un verdadero trastorno. Los legisladores del Alto Valle, por ejemplo, si no querían atravesar esos 550 kilómetros por rutas de ripio y tierra para cumplir sus funciones en Viedma, debían ir en tren hasta Bahía Blanca, pasar allí una noche y al día siguiente tomar el otro ramal hasta la capital rionegrina.
El diario se convirtió en el medio informativo provincial por excelencia. La representación mental que tenían los rionegrinos de su propia realidad pasaba por lo que podían enterarse en las páginas de ese medio. La marcha de los asuntos públicos, los proyectos, los escándalos policiales, hechos que sucedieran en Viedma o Bariloche, en Roca o en San Antonio, iban a encontrarse en esas páginas hoy amarillentas.
Hechos que por supuesto no llegaban intermediados por oídos desatentos ni actores desinteresados. En esos primeros años, los Rajneri fueron actores destacados no sólo de la vida económica, sino también de la vida política e institucional de Río Negro. La familia supo ser un bastión de la Unión Cívica Radical del Pueblo y dos de ellos ocuparon cargos de relevancia.

Julio “Bubi” Rajneri – su director durante décadas -, fue uno de los redactores de la Constitución Provincial y desde 1958 presidente del bloque de legisladores del Radicalismo del Pueblo. En 1963 fue ministro de Gobierno del gobernador Carlos Nielsen (UCRP). Norberto “Tilo” Rajneri fue militante activo desde su etapa universitaria: presidente del Centro de Estudiantes de Derecho y titular de la Federación Universitaria de Buenos Aires. Integró también el gabinete de Nielsen como ministro de Asuntos Sociales (1963-1966). En esos años, la dirección correspondió a Fernando, el mayor de los hermanos varones.
El medio fue creciendo en páginas, tecnología y en el aprecio de sus lectores. Se convirtió en la voz dominante de toda la región y en la referencia obligada para periodistas de otros medios y la dirigencia política. Con ello, el despegue económico y su independencia absoluta de los gobiernos de turno. Pero también una idea que comenzaba a germinar hacia el interior de la empresa periodística: la infalibilidad periodística y la idea de que sus páginas eran apenas “el reflejo de la realidad objetiva”.
Para algunos, era un auténtico bálsamo. Para otros, un adversario difícil y peligroso al que se debía atraer o al menos limitar. De esas tensiones surgieron nuevos proyectos y nuevos medios. Nuevas formas de acción política y de interacciones económicas.
Amado y odiado al mismo tiempo, también era necesitado si se quería llegar con éxito a un público disperso en un territorio tan amplio. En esos primeros años, el diario Río Negro fue un actor protagónico de la vida provinciana.