El rol de los medios en tiempos de Coronavirus

Información y virus. Infodemia y pandemia. Dos conceptos que se cruzan y se interpelan durante esta invasión de Coronavirus y su correlato de enfermedad y muerte. El Covid 19 vino a mostrarnos cuán vulnerable es nuestra condición humana y nos obliga a refugiarnos en nuestras casas. Las tecnologías de la información de la comunicación nos abren una ventana amplificada de un mundo caótico. Despiertan nuestra curiosidad y también la desconfianza. A quién se le cree cuando conviven informaciones tan contradictorias.

Los grandes grupos de medios de comunicación, los tradicionales, han visto en esta crisis una gran oportunidad: recuperar su liderazgo como voceros e interpretadores de la realidad. Para derrumbar ilusiones: ya no se trata de un pequeño periódico o canal de noticias que trata de llevar una información hasta su lector / televidente. Detrás de esas imágenes existe una gigantesca red de intereses económicos y empresas integradas verticalmente que se ocupan desde la provisión de contenidos (sean informativos o de ficción), a la distribución (como redes digitales, como canales, como distribuidoras de productos culturales), a través de diferentes formatos (diarios impresos y digitales; tv de aire o por suscripción; radios; internet).

 

Para no irnos demasiado lejos: el grupo Clarín declaraba ingresos anuales por 2.600 millones de dólares, sólo por la interacción de sus empresas relacionadas con los medios de comunicación. Una suma diríamos insignificante si la comparamos con un gigante como Direct TV, que en Latinoamérica reconocía ingresos 10 veces superior (Martín Becerra y Guillermo Mastrini, Concentración y Convergencia de medios en América Latina).

Estos son los gigantes que se han sentido “amenazados” a tal punto que están desarrollando una estrategia múltiple. Por un lado, desde lo publicitario, apuntan a demostrar que en tiempos de confusión conviene conocer al emisor, al productor de la noticia. Por otro, financian equipos de investigación externos que buscan esas “fake news” para demostrar sus errores. Y abren sus espacios para mulltiplicar ese mensaje.

Esta amenaza se siente en todos los medios tradicionales. Los diarios tradicionales en su formato papel vienen perdiendo lectores desde hace varios años: entre 2003 y 2018, Clarín perdió nada menos que el 50 % de sus ventas; mientras que La Nación cayó un 35 % (datos del Instituto Verificador de Circulación, citados por Martín Becerra). La televisión de aire, la reina y señora en la imposición de hábitos y pautas culturales, cayó verticalmente. Y si en 2004 una tira como Los Roldán promedió un rating de 33 puntos, hoy la serie más vista alcanza apenas unos módicos 14 puntos (la producción brasileña Jesús).

Pero… lo que abre una expectativa en el mundo de los medios es la importancia recuperada para los informativos. Si vemos las mediciones de Ibope del viernes pasado, el segundo y tercer programa más visto de la tv abierta fueron los segmentos informativos de Telefé Noticias (10,3) y Canal 13 (con Telenoche, 8 puntos). Había mucha expectativa por los anuncios que realizaba el presidente Alberto Fernández y eso pudo haber incidido, pero lo cierto es que aún con fluctuaciones hay una realidad de la que los programadores han tomado nota.

Todos son concientes de que esa pérdida de lectores / oyentes / televidentes no es casual. Es un plano inclinado que viene dándose desde hace varios años por los mismos cambios tecnológicos y culturales que impactan de lleno en la forma en que se consumen y hacen circular noticias en la sociedad.

Estos gigantes de la industria comunicacional, los grandes productores de contenidos y de significados, que además de la TV tienen intereses en la industria del cable e internet, en telefónicas, en productoras de películas, se han visto amenazados por los insignificantes productores de contenidos que pululan en las redes.

Algunos llegan a descollar por la cantidad de seguidores. Se conocen como “influencers” y son convocados por el sistema “serio”. Pero hay muchos, miles o millones, por todo el mundo, con su ansiedad por producir algo que llame la atención. Sea una noticia o una ficción. Nuevos formatos desafían la capacidad de los creadores y productores para captar la atención de públicos tan lábiles como habituados a navegar por las distintas redes.

Y si las nuevas tecnologías abren semejante campo a la creatividad y a la sensibilidad, también van “alfabetizando” a los nuevos consumidores de contenidos. Los públicos “multi task”, que saltan de una pantalla a otra y de una red a la que sigue, demandan una diversidad siempre cambiante. Exigen que los sorprendan. Su comprensión es visual. La idea es instantánea o no será.

¿Es insólita, irracional, poco creíble? Poco parece importar estas calificaciones. Lo importante es que está en la red. Que se ajusta a mi esquema de ideas. Que si está dentro de mi concepción del mundo, tiene que ser real (aunque sea imposible). Pero… ¿es demasiado cambio? ¿No será tal vez que solo están cambiando las plataformas en las que creemos?

Hasta no hace tanto tiempo, muchas discusiones se zanjaban con un lapidario: “salió en la tele”. O “lo leí en el diario”. La imagen o la palabra impresa tenían el monopolio de la interpretación de la realidad. Y en muchos casos, eran los portadores de la razón, del iluminismo, en tiempos de confusión. Se difundían contenidos que permitían el acceso a elementos culturales. Pero también tremendas mentiras.

Las operaciones de prensa para dotar de un sentido determinado a un hecho siempre estuvieron presentes. Variarán las posibilidades tecnológicas, pero no son invento de las redes.

El poder siempre buscará quedarse con el monopolio de la interpretación de los hechos. Y si a fines del siglo XIX los movimientos contestarios de todo el mundo idearon una prensa diferente, hoy se articulan espacios significativos desde distintos rincones.
¿Entonces? Que no hay que ser inocentes. Lo que está en juego no es una fake news o una campaña de desinformación. Lo que se pone en juego durante este tiempo es quién va a tener el poder de determinar lo que está bien o lo que está mal. El poder de explicar y machacar con el tan mentado “sentido común”.

Los medios necesitan sobrevivir. Tendrán que adaptarse como cuando la radio tuvo que competir con la televisión; como los diarios cuando tienen que aparecer en internet.

Buscarán nuevas formas de comunicar y de presentar contenidos, desde ficción a realidad. Tal vez vayamos a nuevas formas de financiación, ya que el monopolio de la publicidad parece agotarse sobre sí mismo. Tal vez los consumidores tengamos que ayudar a financiar nuevas alternativas (como de hecho se empieza a explorar desde hace unos tiempos). Y en definitiva, no siempre fue así.

Lo que estamos viendo es que estas multiplataformas (TV abierta o por suscripción; computadoras; tablets; celulares inteligentes), necesitan un sustento que les permita llegar a los hogares. La red de internet. Por eso, la próxima batalla no pasará por la propiedad de los medios de comunicación, sino por lo que circule por esa red.

Por Herman Avoscan

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