Coronavirus: cambios en el poder mundial tras la pandemia

Postales que impactan. Italia, una caravana de camiones del Ejército transportan ataúdes hacia un crematorio, sin guerras a la vista. Ezeiza, Santiago, Lima, aeropuertos internacionales cerrados y solitarios. Galicia, un depósito de elementos sanitarios saqueado por delincuentes. Nueva York, una larga fosa común con sus féretros alineados esperando que los cubra el cemento.

Manila, turistas exigen la oportunidad de regresar a sus países de origen. Guayaquil, calles atestadas de féretros, la industria de la muerte no alcanza a dar respuestas a una realidad que sobrepasa la imaginación. Wuhan, antes y después del pico de la pandemia.

En cualquier lugar del mundo: hospitales de campaña armados de apuro, con cientos de camas sin divisiones, esperando ser ocupados. Por todas partes, gente con barbijos que camina apurada, mirando hacia abajo, sin hacer contacto visual. Escenas que parecen el anuncio de una película apocalíptica, del estilo de Epidemia o de Los hijos del hombre. Pero no, no son avisos de un inminente estreno de Hollywood. Ahora es la realidad. La vida cotidiana de gente común. Como cualquiera de nosotros.

Lejos quedaron las postales de viajeros disfrutando de islas del Océano Índico. Muy atrás parece la alegría del cambio de año y de inicio del verano, cuando comentábamos mitad asombrados, mitad incrédulos, sobre las medidas extremas que se tomaban en China por la aparición de un nuevo virus para el cual no había cura. ¿Se acuerdan? Usar barbijo, no saludarse, mantener una distancia de un metro… Pero eso ocurría en China, que estaba muy lejos. Pasaron… cuatro meses. Nada más.

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El coronavirus se expandió sin que hubiera defensa posible. El orden internacional vigente, con sus relaciones internacionales abiertas, su economicismo sin fronteras y la exacerbación del placer y del gasto, crearon las condiciones perfectas para que la pandemia se extendiera con tanta rapidez. La orgullosa Europa occidental quedó atrapada en el estrago del contagio. Los invictos Estados Unidos se ven como el boxeador sorprendido por una contra del adversario, sin reacción y vacilante ante el golpe. Más de 700.000 contagiados y 37.000 muertos en la superpotencia, que cuenta con la billetera más vigorosa para enfrentar la situación.

Cada país adopta una estrategia para enfrentar la pandemia de acuerdo a sus posibilidades económicas y a su cultura. Italia y España demoraron una respuesta organizada; tomaron restricciones alertados recién por el incremento exponencial de contagios y muertes. Alemania y Francia inyectaron fondos especiales para reforzar el sistema sanitario. La idea central que se mueve es, en definitiva, la necesidad de la intervención del Estado para preservar la salud y resguardar sectores económicos clave.

Gran Bretaña, Países Bajos, Bélgica, optaron por otro enfoque: tratar de contener la pandemia mínimamente, mantener la economía en funcionamiento, y aguantar hasta que una hipotética inmunidad de rebaño nos haga lo suficientemente fuertes como para que el Covid 19 se convierta en un mal recuerdo. Al fin de cuentas, alguien siempre muere. Gente enferma, mayores de 65 años… Un mal trago pero nada más. Hasta que la internación en terapia intensiva del primer ministro inglés Boris Johnson los obligó a replantearse la situación.

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Más extrema es todavía la respuesta de gobernantes conservadores como el estadounidense Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro, quienes eligen negar la enfermedad y exhortar a mantener la economía abierta. Cuando todo termine, parecen razonar, nuestras economías estarán de pie en un mundo devastado que necesitará de nuestros recursos. Los muertos que se produzcan son las víctimas necesarias de una guerra comercial que no reconoce de pausas. O acaso Eisenhower se detuvo ante la posibilidad de las miles de bajas que ocasionaría el desembarco en las playas de Normandía… Aparte, la salud es un tema que corresponde a cada ciudadano individual.

Porque, en definitiva, de eso se trata. De la guerra comercial que enfrenta a Estados Unidos y China, de la redefinición del nuevo orden internacional, de las nuevas fronteras económicas que determinarán el comercio internacional del siglo XXI. Ninguna reacción es inocente en el medio de la emergencia sanitaria.

Sur, Covid y después

El Covid 19, ese microscópico virus que desnudó debilidades y miedos, es el culpable también de una profunda reflexión sobre el mundo que viene. El mundillo académico produjo artículos en línea con sus alineamientos previos. En una definición apretada: desde el optimismo por la posibilidad de un nuevo orden, como lo manifiesta el esloveno Slavoj Zizek; al escepticismo extremo del coreano Byung-Chul Han, para quien nada cambiará cuando termine.

Pero el Covid sí cambió algo. Obligó a cambiar el eje de la discusión. Los fundamentos del Consenso de Washington y de la globalización dominada por una única potencia triunfante, son puestos en duda. En primer lugar, como en tiempos de guerra, la pandemia obliga al Estado a retomar su rol de articulador de esfuerzos sociales. Es algo que no puede hacer la actividad privada. Es el Estado el que debe determinar cuáles son los servicios esenciales. No puede dejar a los actores privados al libre albedrío.

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Una clave la puede marcar la provisión de respiradores. En Italia, secuestraron más de 2.000 aparatos que iban de contrabando al vecino Grecia. Trump presiona a los gigantes industriales General Motors y Ford para fabricar aparatos amparándose en la legislación de la guerra de Corea. El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, se queja de que en esa puja por ver quién se queda con los aparatos todos terminan elevando el precio artificialmente. El mismo Cuomo avisa que requisará todos los respiradores que encuentre.

La discusión no es mínima y tiene que ver con los fundamentos mismos de esta organización mundial basada en la globalización. La producción de componentes en factorías de Indonesia, Rumania o México no resuelve el esquema de una producción estratégica. El esquema tiene que cambiar.

Los economistas empiezan a analizar las consecuencias de la financierización extrema de la economía y la valorización en términos de compra y venta de acciones más que en relación a la producción. Los países centrales vuelven sus miradas hacia los esquemas impositivos y el lugar que ocupan sus industrias farmacéuticas. Para poder financiar investigaciones, articular la economía y sostener a los sectores más afectados hay que tener recursos. Para eso hay que recaudar. Y hacer recaer los nuevos aportes en los que tienen capacidad contributiva.

También, seguramente, habrá mayores controles en el comercio exterior. Los países centrales podrán financiar algunas compras no esenciales; pero los de la periferia tendrán que recurrir a una administración de recursos sin que genere la irritación que generó en el pasado.

El turismo internacional será una actividad que se verá profundamente transformada. Hoy paralizada, quizás con una estructura sobredimensionada o al menos pensada para una época diferente, este sector económico deberá repensarse con otras reglas. Y con controles más rigurosos al regreso de los pasajeros. El miedo va a imponer sus condiciones y sus restricciones.

También el miedo va a ser un reasignador de recursos importantes y es difícil imaginar un mundo tan confiado como el anterior a la pandemia.

 

Predicciones, catástrofes y más allá

Es imposible saber hacia dónde se moverá el mundo cuando todo está en movimiento. Pero la discusión sobre el rol del Estado y las empresas y sobre la organización de la economía, modificó su punto de equilibrio. El mundo comienza a redefinir la discusión y hasta organismos multilaterales como el FMI parecen tener enfoques diferentes para los diferentes problemas.

Esas instituciones que surgieron tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, con su esquema de vencedores y vencidos, tendrán que ser resideñadas. Estados Unidos seguirá siendo un gigante económico con enorme potencialidad de fijar condiciones al mundo; pero su capacidad de influencia estará limitada por nuevos condicionantes. Los países emergentes (valga el neologismo para sentirnos incluidos), tendrán que adaptarse a un esquema de multilateralismo que se avecina.

La actividad económica internacional se desplomará durante 2020, seguramente. Pero no será tan profunda ni tan desastrosa como para que no se pueda recuperar. Habrá un renacimiento del Estado de Bienestar, con una intervención más directa en la economía según las posibilidades y necesidades de cada país. Los países centrales van a desarrollar una estrategia de industrias integradas fronteras adentro y obligará al resto a posicionarse de manera similar.

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Ni tanto ni tan poco. Tras la Segunda Guerra comenzó un consenso económico que perduró hasta los ’80, con el marco de la Guerra Fría y la lucha entre liberalismo y comunismo. A partir de los 80’, Ronald Reagan y Margaret Thatcher modelaron un nuevo esquema internacional con la supremacía de un neoconservadurismo que buscó eliminar todo tipo de restricciones a los flujos de capitales y a la capacidad de decisión de los grandes bancos. La aparición del coronavirus como pandemia produjo un desequilibrio sustancial en ese consenso y obliga a cambiar.

Por Herman Avoscan

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