Malvinas/Coronavirus: canciones que se volvieron a escuchar

Entre tantos sucesos que vive cotidianamente nuestro país hay dos que, salvando las distancias, se emparentan: Malvinas en 1982 y la actual pandemia. Es que la música que se escuchaba en las incipientes FM de entonces, comenzaron a sonar nuevamente tal cual o en logradas versiones. Ahora el replique alcanza las redes sociales.

Son los casos del «Himno de mi Corazón», de puño y letra de aquel personaje urbano que fue Miguel Peralta (auto apodado Miguel Abuelo) junto a Cachorro López, y que popularizaron Los Abuelos de la Nada. El Manso y Tranquilo de Piero.

El Tano y Prema se adueñaron de gran parte de la escena porteña ochentosa. Raúl Pochetto le dedicaba varias canciones a los colimbas y si bien no tiene nada que ver con el virus actual, a «Algo de Paz» la desempolvaron para ser escuchada nuevamente.

En 1978, en una de sus vueltas a Cañada Rosquín, León Gieco componía «Sólo le pido a Dios» para incluirla en su nuevo disco titulado «4to LP», grabado en Los Ángeles, que tenía un par de temas en vivo y una tapa muy loca con el santafesino sentado descalzo en la vereda con el Obelisco de fondo, rodeado de animales, un avión y con Michel Platini regateando. Si bien para muchos «Desenchufado» marcaba un giro en lo literario y musical, este cuarto trabajo era una declaración de principios del camino musical de Raúl Antonio Alberto (León). Vale decir que a Gieco no lo convencía esa canción y se la mostró a Charly García, quien lo alentó a incluirla en el disco y «que iba a ser un éxito».

Vaya si lo fue. La versionaron más de un centenar de intérpretes en todo el mundo y en distintos idiomas y lenguas. El gobierno militar aprovechó el boom y la tomó como estandarte en su incursión armada. Ahora, de la mano de Los Tekis, Facundo Toro, Ahyre, Destino San Javier y Sergio Galleguillo, entre otros, volvió a sonar con fuerza en este difícil momento.

Claro, hay muchas más pero ese álter ego que es «Yendo de la cama al living» se ganó todos los boletos. El inacabable bostezo de García y el manguerazo de Willy Iturri contra los parches es una marca registrada para ese tema tan oscuro en el que Charly describía lo que acontecía por entonces. Y el miedo que lo hacía ir de la cama al living sin salir de su refugio porteño, una suerte del «Segurola y La Habana», del Diego.

El 2 de abril de 1982 fue viernes y Buenos Aires amaneció conmovida. «La Junta Militar, como órgano supremo del Estado, comunica al pueblo de la Nación Argentina, que hoy la República por intermedio de sus Fuerzas Armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta ha recuperado las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur para el patrimonio nacional», dijo el locutor de turno por cadena nacional de radio y televisión, la noticia corrió a la velocidad del sonido marcial que dictó la voz sin nombre.

La primera reacción tenía el efecto de conmover a las masas y en cuestión de horas una multitud reunida en Plaza de Mayo vivó al dictador Galtieri quien con aliento aguardentoso salió al balcón. A contramano de la algarabía de una buena parte de los argentinos, que comenzaron a tejer bufandas y donar las joyas de las abuelas -las que nunca llegaron a los soldaditos-, Charly no enfiló a la plaza.

Pasó el día a pocas cuadras en su departamento de Coronel Díaz donde comenzó a grabar la banda de sonido de «Pubis angelical», una película dirigida por Raúl de la Torre sobre un guión basado en la novela homónima de Manuel Puig. Solo y a menos de un mes de los conciertos de despedida de Serú Girán, en Obras Sanitarias, el músico más importante del rock argentino modelo 1982 parecía conjugar su escuela de pianista clásico con su pasión cinéfila: qué se puede hacer salvo crear música de películas, una línea de fuga posible mientras la calle todo era agite de banderitas celestes y blancas.

En la cabeza de Charly lo único que flameaba eran los acordes repetitivos del planeta Satie mezclados con las estructuras de un tango cinematográfico, música de fondo muy a tono para una película que desde el título horrorizó a la moral castrense y provocó otras iras por sus citas explícitas al peronismo.

Mientras la flota imperial viajaba hacia el sur con una declaración de guerra, García seguía activo como productor del disco debut de Los Abuelos de la Nada y ya fantaseaba con la idea de registrar un disco de canciones, que en cuestión iba a ser un doble con Pubis.

Cuando la guerra terminó y el horror se volvió aún más visible con el regreso de las tropas, Yendo de la cama al living ya estaba encaminado. Como en tantas otras ocasiones, el estado de las cosas delineó la obra. Ahí permanecen como manuales de historia no oficiales Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974) de Sui Generis, Películas (1977) de La Máquina de Hacer Pájaros y La Grasa de las Capitales (1979) de Serú Girán, tres obras cumbres para entender la gran tragedia argentina. El final de la dictadura no podía escapar a la observación del hombre con rayos x en los ojos.

«Yendo de la cama al living» se grabó en agosto de 1982 en los estudios Panda. García tocó todos los instrumentos a excepción de la batería a cargo de Willy Iturri. Todo en Yendo suena conocido y al mismo tiempo impone una mirada nueva, un raro efecto que mezcla cotidianeidad, rasgos originales y un poder de seducción casi instantánea.

La letra de «Yendo de la cama al living» es un travelling despojado y sensual, nos presenta al rock-star que conoceríamos en el futuro y revelaba los efectos de la claustrofobia urbana. El impacto fue contundente y también ayudó el video de la canción con Charly pasando carteles como Bob Dylan a bordo de «Subterranean Homesick Blues», en el filme Don’t look back.

«No bombardeen Buenos Aires», en cambio, apela al sinsentido de la guerra y su costado desopilante: el miedo latente a que la capital porteña sufra los ataques aéreos británicos, construye un relato coral en donde conviven varias voces, casi un music-hall en tiempo de rock sandinista.

El álbum doble llegó a las disquerías el 28 de octubre, y vendió 60.000 ejemplares en un mes, la crítica lo recibió de manera tibia y el tiempo se encargó de ubicarlo como una auténtica masterpiece, aunque en el sur de todas las cosas sigue funcionando como un amuleto contra la opresión y el autoritarismo. Say No More.

 

Marcos Di Lernia – Periodista

 

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